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Un país de dos banderas y muchas revoluciones

Publicada en En estos dias

Vietnam, su historia y su coraje, su sencillez y espiritualidad, sus cruces culturales y su proyección de futuro. Del calor de sus calles y las frutas rituales malolientes, al sueño eterno de las revoluciones.


31/05/2020

Pamela Damia

(Foto Pamela Damia)
No por todo lo que llueve, pero podría ser. Entre aguas es lo que significa Ha-noi, imagen representada por dos ríos, el Đuống y el Rojo, aunque la ciudad esté construida en la margen derecha de este último que baja desde China hasta el Golfo de Tonkín recorriendo casi mil doscientos kilómetros. La capital de Vietnam del Norte desde 1954 y luego de la República Socialista de Vietnam tiene una mezcla de cultura china y francesa. Los dumplings y las sopas frente al pan y los buñuelos respectivamente.    
A medida que se recorre la disímil arquitectura se mezcla de la misma forma que se separa. No hay términos medios entre el Templo budista Bach Ma, que se cree es el más antiguo de la ciudad (siglo IX) y el edificio neo clásico del Teatro de la Opera construido por los galos en los inicios del 1900; al mismo tiempo que edificaciones construidas con cuarenta años de diferencia como la Pagoda de Thai Cam (1845) o más conocida como la del Pilar Único, cuya particularidad es ser único en el mundo inspirada en la flor de loto y la pequeña Notre Dame (Catedral San José) de estilo neo gótico del 1886.

(Foto Pamela Damia)
Me alejo del barrio antiguo, el de los nombres de gremios y artesanos. Camino desde la puerta de Quang Chong, que es la única que quedó de las dieciséis que había de cuando Hanoi era una ciudad Medieval. Un arco romano y arriba, un mirador. Todo es gris añejado menos los laterales que son de ladrillos desparejos y anaranjados. Sobre esos muros está una pasarela con una baranda de cemento enrejada para ver, pero no ser visto.
Tanto aquí, como en las fachadas de los edificios públicos, templos y varios monumentos hay dos banderas. La de las dinastías y la de la República Socialista de Vietnam, representando lo más suyo, lo más autóctono. A la primera también la llaman “bandera festiva”, es cuadrada y tiene cinco colores con los cinco elementos de la naturaleza: verde (madera), amarillo (tierra), rojo (fuego), lila (agua) y blanco (éter). En éste caso el lila está en el centro, pero algunos aseguran que deberían ser el amarillo ya que la madre tierra es el origen de todo. Descubro que sobre el tema de los colores de las banderas hay muchas diferencias. No le creemos a nadie y le creemos a todos. Sobre la que hay más certezas, es en cuanto a la bandera roja con la estrella amarilla en el centro. El rojo representa la revolución y la sangre derramada por el pueblo vietnamita por la conquista de su libertad; la estrella de cinco puntas simboliza la unidad de los obreros, los campesinos, los intelectuales, la juventud y el ejército. El color amarillo de la estrella representa el color de la piel de la gente, un símbolo ya utilizado en otras banderas desde el siglo XIX seguramente por la mirada europea de este pueblo.  
La historia se cuenta dispersa mientras se suceden edificios coloniales al lado de los monumentos a emperadores chinos o sus estatuas de bronce. La de Vladimir Lenin se encuentra en el parque que lleva su nombre. Allí está de mirada altiva y ceño fruncido, de saco, chaleco y corbata. Parece alto e imponente, sin embargo a juzgar por su cuerpo embalsamado que vi yaciendo en el mausoleo de la Plaza Roja en Moscú, en realidad era más bajo y esmirriado.  Su metro sesenta y cinco está vestido en los dos lugares por un atuendo parecido, aunque en la capital rusa yace con los ojos cerrados, el lugar es oscuro y solo hay una luz que lo ilumina.  En cambio, en Hanoi, unos niños juegan entre sus pies sobre la plataforma en la que se alza, al aire libre.
Dos estudiantes de turismo que no superan los veinte años, Thảo y Tung, me acompañan contándome las leyendas que parecieran interrumpir la cronología y los datos duros, pero que en estas latitudes tienen la fascinación de ser parte constituyente de un pueblo. Le Loi era un pescador al que una tortuga del lago Hoan Kiem entregó una espada con la cual llegó a ser rey por su poder mágico, derrotando a la dinastía china Ming que los había invadido a inicios del 1400. Solo a fines del siglo XIX construyeron una pagoda en forma de torre llamada Thap Rua en un islote que recuerda el hecho.
El Hoan Kiem es una laguna en sentido estricto, ubicada en el barrio viejo; un espejo de agua que como está nublado no reconozco en sus bordes y si no fuera por la vegetación que lo rodea, no entendería la separación con el cielo. Lo llaman el lago de la Espada Restaurada, pero restaura algo más: la calma. El alivio del silencio a pocos minutos del barrio viejo gobernado por frenéticas bocinas e inundado por los colores que pasean vendedores ambulantes.

(Foto Pamela Damia)
Tung, es un chico de cachetes mofletudos y dulzura infinita, me cuenta que en el lago vivían muchas tortugas ancianas, la última murió hace dos o tres años. En el extremo norte del Hoan Kiem, hay un puente, el Huc, de arco de madera roja con un nombre poético: "el lugar donde descansa la luz del sol de la mañana". También lo llaman puente de brillo solar, conecta la costa con un islote verde que vinculan con el jade donde construyeron un templo dedicado a los filósofos confucianos y taoístas además de al héroe nacional, Trần Hưng Đạo, príncipe y comandante que lideró la derrota de dos invasiones por parte los mongoles en el sXIII. 

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Los templos y pagodas de Vietnam representan al budismo que llegó al país primero desde India en el siglo XI y luego desde China. La diferencia entre templo y pagoda es que en los primeros se reza a varios dioses y en los segundos a Buda. Los chicos me llevan a la Pagoda de la señora de piedra (Ba Da), dicen que allí encontraron una escultura con esa figura hace varios siglos. “Somos un país que ha pasado por muchas guerras e invasiones, constantemente destruido y reconstruido. Se encuentran cosas bajo tierra, todo el tiempo”, asegura Thảo subiéndose la capucha de su campera de lluvia. Ella es la segunda acompañante, una chica de cabello lacio y negro, seria, no indiscreta; solo quiere completar su guión.
Tung explica que en las casas o enfrente de ellas siempre hay murales chinos con figuras mitológicas para que no entren los demonios. El muro exterior de la Ba Da, es gris con unos ornamentos en yeso blanco, el círculo central es el cielo y lo que lo circunda, las nubes. Ya adentro encontramos una estructura cuadrada con sus pequeños tres escalones en cada lado, en las columnas que sostienen el techo las alegorías comienzan a aparecer y se replican sin cesar en cada equina, o santuario. En la parte superior, un murciélago. Tung aclara que la pronunciación de este ideograma es equivalente a la de felicidad.

(Foto Pamela Damia)
Su juventud inspira inocencia y proyección, me pregunta cómo es Sudamérica y me pregunta por Europa, tiene muchas ganas de vivir y dice que irá algún día. Es curioso de mis anotaciones y cada vez que termina sus explicaciones mira mi libreta. Le doy el bolígrafo pidiéndole que escriba su nombre. No sabría como escribir algunas grafías que aparecen en las letras de un abecedario que conozco, pero no parece ser exactamente el latino.
- Sí es el latino, fue introducido por los portugueses en el siglo diecisiete y luego continuado por los franceses al profesar el catolicismo.
- Pero las letras tienen símbolos, que no pertenecen al latino.
- Si, son para adaptar las letras a las pronunciaciones vietnamitas, que llegan a tener seis tonos para significar algo diferente, algo que heredamos de los chinos.
Entiendo por sus expresiones que a a los vietnamitas les gusta su identidad, que, aunque un poco mezclada, es propia. De los chinos se liberaron en el 938, pero no se liberaron de sus ancestros a quienes tienen presentes en sus rezos: las familias y los clanes son la base de la estructura de la sociedad.
En el altar hay frutas, velas, flores e incienso, lámparas y un calendario lunar. Detrás hay varias estatuas de bronce. Dos grandes jarrones de cerámica con dibujos celestes contienen flores de loto amarillas, el color representa la realeza. Esta flor ha crecido en los lugares más sucios y a pesar de eso es una flor bella y huele bien. La enseñanza es que hay que valorar la belleza de adentro, según los chicos de ojos rasgados.   
- Las frutas son alimentos para los dioses. El durian no gusta a los niños. El olor tampoco a los adultos, pero sí la comen. Además de plátanos hay durian, una fruta ovalada y amarilla con pinches que la asemejan al puercoespín. En aeropuertos, centros comerciales y transporte público hay carteles que prohíben llevarla porque huele tan mal como sabe.   
- ¿Esperan a que se pudran para tirarlas?
- Las ofrendas de fruta primero son para los dioses. Y después de permanecer una semana aquí se las pueden comer. Aquí suele haber un monje que profesa o ayuda y con su bondad soluciona los problemas.
Subimos una escalera y luego atravesamos un pasillo para doblar a la izquierda, todo templo tiene sus recovecos. Al mirar hacia atrás y abajo, se pueden ver todas las plantas y los árboles que hay dentro y circundando el templo. Aunque estemos en pleno centro hanoiense se nos presenta el fenómeno de trópico urbano. Allí no se escucha el murmullo de la calle y los aceleradores de las motos son lejanamente perceptibles.
Hay banderas y estandartes colgados en las galerías, con los colores del budismo hechos franja, Thảo me desasna en que representan los mandamientos de los monjes: ser vegetarianos, no matar, no beber, no mentir, tener gratitud hacia los padres y no tener sexo ni pensar en ello. De repente, al volverme hacia él veo que su dedo índice cruza en vertical sus labios, como pidiendo silencio. Sabía que vendría otra pregunta de mi parte y precisaba que no emergiera. Estamos en la puerta de un santuario en la primera planta. Una señora está sentada sobre una alfombra con las piernas dobladas a su derecha frente a un altar. Con el mentón escondido y las manos cerca del pecho sostiene un cuenco, el cual agita cada vez que haga una pregunta. Dentro de él hay una moneda, la respuesta aparece en la cara que le haya tocado.     
A unas cuadras de allí, entramos en otro templo donde nos esperan dos tigres guardianes de piedra. Tras el altar hay estatuas. La principal es de Buda y la de un doctor asistente del Rey Ly Thanh Tong  que curaba muchas enfermedades entre los pobres y se dice que transformó en tigre al rey para curarlo. A los lados hay otros dos altares, uno de hombres el otro de mujeres; entre ellos hay estatuillas y portarretratos de personas adineradas que contribuyeron a construir este templo. Tras ellos y las ofrendas, hay dos cuadros rectángulos repletos de fotos carnets de personas fallecidas.
Le pregunto a Thảo porqué están ahí: “Son para que los monjes y dioses puedan sanarlos de las cosas malas que han hecho en la vida. Estar en este altar los redime o los sana; el monje les enseña para que puedan renacer con mejores almas”. Mientras los altares para rezar en el suelo están dedicados a la suerte en los negocios, los altares en la pared lo están a los ancestros. 
En el suelo del altar principal hay cajas y cuencos de bronce para donaciones tanto para los santos como para la pagoda. Algunas bandejas y urnas para depositar ofrendas en forma de dinero. Una es roja, como de correo y dice en amarillo “morality case”.
Cerca de la Universidad de las Bellas Artes de Vietnam, alejándome del centro, veo un tumulto de jóvenes uniformados de colegio privado las chicas falta tableada y los chicos con bermudas, camisa blanca y cinta azul bordeando el cuello, medias hasta la mitad de la pantorrilla y ojotas. El trópico también es urbano. Los convoca una máquina que hace jugo de caña. Un carrito con bordes de aluminio y una prensa por la que el vendedor introduce una caña larga, de por lo menos un metro y medio. Con eso completa un vaso de plástico que lo espera del otro lado de la prensa. Me cuesta la mitad de una cerveza, que puede equivaler a diez centavos de dólar.
Con la boca empalagada y el calor desintegrándome me voy a buscar un árbol que me ensombrezca, esperando que se transforme en algo que me alivie. Aquí, a partir de un evento milagroso, un animal, objeto o persona se convierte en un dios; así como a partir del episodio de la espada en el lago la tortuga será un santo venerado. Pues el milagro del agua es lo que andaría necesitando ahora.

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En una esquina soleada, unos hombres de jean y camisa clara fuman tabaco en un tubo de bambú. Es la forma tradicional pero mis compañeros de ojos rasgados me habían comentado que no es rico y es muy fuerte. A cincuenta metros de allí hay un museo al que entro sin dudar ni mirar la hora. Luego de pasar el ingreso y el cobro de la entrada, un patio y ninguna persona, me quedo inmóvil al ver la misma historia, pero en otro Sur. En la base personas semidesnudas y desnutridas, acarreando bolsas, pidiendo pan. En la segunda fila una hilera de hombres con armas de todo tipo ejerciendo violencia sobre los de abajo, uno con arma de fuego, otro con el libro de los sacramentos bíblicos, otro un látigo y un fierro, uno que ahorca a otro. Los personajes son cada vez más gordos y visten cada vez más y mejor, mientras se sube por la pirámide. En la parte superior tres sostienen bandejas con comida o alguna riqueza. Hasta aquí los ojos de todos son rasgados. Pero el último personaje es occidental, usa corbata y un sombrero de cazador, fuma pipa y su espalda yace sobre un sofá; sus pies se apoyan en uno de los hombres de abajo. Lo corona una sombrilla en la cúspide del poder. Este cuadro del artista local Duy Nhat llamado “Vietnamitas bajo dos opresiones, las imperialistas y las feudalistas”, es lo primero que encuentro en el Museo de la Revolución de Vietnam.

(Foto Pamela Damia)
Las galerías están ordenadas con retratos de los principales héroes revolucionarios, fotos de muchas de las milicias rurales, banderas, afiches, objetos desde la ocupación francesa hasta el presente. En esta habitación predomina el color rojo. Una estatua de Ho Chi Minh, poeta, militar y héroe nacional, está detrás de un podio, con una camisa militar de dos bolsillos en el pecho y hasta el último botón abrochado. Está declarando la independencia y fundando la República Democrática de Vietnam el 2 de septiembre de 1945, ni bien los japonenses abandonaron el país al acabar la Segunda Guerra Mundial. No es muy difícil imaginárselo en el lugar donde este acontecimiento tuvo lugar, en la Plaza Ba Dinh donde se ubica su mausoleo. Una construcción de dimensiones enormes y un tono austeramente gris pesa sobre ella, el mismo que caracteriza toda la arquitectura soviética en los lugares donde tuvo influencia, Rusia, Cuba o Bulgaria. Soldados de uniforme blanco custodian los restos del padre de la patria vietnamita, en su estructura cuadrada con pilares de igual forma alzada por sobre la plaza, más arriba que todos y todas.
Una foto sobria y sombría en blanco y negro corta el espíritu libertario de la sala que generan cientos de puños levantados y afiches rojos de propaganda invitando a la victoria. Eisenhower (USA), Royaume-Uni (Francia) y Eden (Gran Bretania), discutían en 1953 sobre la expansión de la Indochina francesa. 
Encuadrada está la bandera roja bordada en hilo dorado la estrella e inscripciones con la que el pueblo de Hanoi recibió a los soldados que derrotaron la insurrección francesa en 1954, que hizo que los galos dejaran por fin el país luego de setenta años de dominio. Lo único comestible que quedó de la cultura francesa fue el pan, con la que hoy hacen los emparedados con cilantro.  
Vuelven a aparecer fotos de líderes revolucionarios, entre ellos los del padre de la patria, Ho Chi Minh, quien partir de 1954 ejerció la presidencia hasta las inminentes elecciones que se llevarían a cabo para unificar el Norte y el Sur, las dos regiones en la que el país había quedado dividido. Hoy diríamos, “según las encuestas, la intención de voto de los comunistas era del ochenta por ciento”. Por ello, la CIA estadounidense promovió el golpe del gobierno pro-occidental que existía en el sur, lo que dio comienzo a la Guerra de Vietnam. Durante quince de los veinte años que duró el conflicto, Ho CHI Minh lideró políticamente al ejército y a la sociedad que los apoyaba, pero lamentablemente no llegó a ver la victoria. 
Por las noches, en el hotel, prendo la tele. Hace un par de días encontré un documental sobre el Nahuelito del lago de San Carlos de Bariloche, traducido al inglés. Pero ahora pasan un informe conmemorando a los veteranos de guerra estadounidenses. Muchos de ellos volvieron a vivir a Vietnam, algunos en la búsqueda de sus novias o hijos. Dan testimonio de como los vietnamitas los trataban dulcemente, bien, amigablemente.
La Guerra de Vietnam fue el primer conflicto bélico televisado de la historia y por ello pudimos imaginarnos lo que significa una guerra, desde afuera; tuvo un saldo de entre cuatro y seis millones de muertos, aunque no hay datos exactos. Me hice entonces, la misma pregunta cuando visité Nagasaki e Hiroshima en Japón, “¿qué es lo que hace perdonar a esos pueblos el napalm, el agente naranja o la bomba atómica incluyendo las secuelas genéticas que dejaron por generaciones? He escuchado: los soldados no tienen la culpa de sus gobernantes, es otra generación, era otra época. Aún no logro responder esa pregunta, pero prometo no descansar hasta encontrarla.

(Foto Pamela Damia)
Me atrae la estatua “La indomable” de una mujer de actitud altiva y soberbia, cual diosa pagana, como dice el tango-vals de Arquímedes Arci. Tiene las cejas y la boca arrugadas por la tensión; el brazo derecho cruza su cuerpo por delante y su mano llega al hombro contrario. La miro por todos los ángulos, es más pequeña que yo de altura y años, pero mucho más fuerte. Las mujeres son tan importantes en las revoluciones vietnamitas que tienen un museo dedicado solo a ellas en la capital del país. Tuvieron un papel crucial en el ámbito rural, es decir, en casi la totalidad del territorio, peleando con armas caseras y proveyendo alimento, ya que las del norte eran las encargadas de producir todo el arroz para el país.  
Las guerrilleras se disfrazaban de las vendedoras callejeras que llevan un palo largo sobre el hombro sujetando dos cestas de productos en equilibrio. Un cuchillo de cocina se escondía en la punta del palo. Cuando el enemigo se acercaba, ellas lo atacaban. Con esta táctica tomaron varios puestos militares estadounidenses en el sur, por ejemplo. En las protestas de los centros urbanos del Sur como Saigón (hoy llamada Ho Chi Minh) fueron lideradas sobre todo por mujeres de negocios, académicas, estudiantes y monjas. En los pósters de propaganda que se exhiben en las salas del museo no solo hay hombres: en todos hay mujeres empuñando armas. “Vamos a movernos hasta la victoria definitiva”, “Tras el llamado nacional, todas las personas de Vietnam se apresuran a derrotar a los invasores”, dicen. Aprender del “ejército de pelo largo” las desempolva de las trincheras de la historia.
Me marcho del museo atando cabos, mi cabeza no para de pensar en las guerras de la historia contemporánea, en las que Estados Unidos está involucrado con la soltura con la que impone su panamericanismo y doctrina Monroe, vigente en América Latina; con su innegable afán de controlar el oro negro en Asia Central y norte de África o con la implacable guerra económica a cualquiera que ose empañar su poder. Ahora también batallas televisadas pero perdidas. Necesito apagar la angustia que me provoca pensar en eso, volver a acariciar una utopía para seguir caminando, como dice Galeano; volver a La Habana y escuchar los audios originales del Che Guevara en alguna biblioteca del Vedado: ¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo!

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