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Bombardeame que me gusta

Foto: Claudia Morikawa. Monumento a la Paz (escultor Seibou Kitamura) 


Nagasaki- Ayer ,
17  de mayo 2007, fui a la ciudad donde cayó la segunda bomba atómica que el gobierno de Franklin Roosevelt lanzó sobre la isla oriental (Kyushu) en agosto de 1945: Nagasaki. Es chocante pensar como una ciudad tan bella pudo estar bajo las cenizas provocadas por la explosión de la fusión nuclear, hay verde por donde se mire y las casas están construidas sobre las montañas serpenteadas por largas calles, como víboras de asfalto que conducen a miradores desde donde se ve la ciudad portuaria de más de cuatrocientos mil habitantes situada al sur de Japón. 

     En la era Meiji (1867 a 1912), una época en la que Japón no estaba abierta al mundo, esta ciudad era la única que comerciaba con holandeses y portugueses que traían telas (y otros productos) porque aquí no había producción. Todavía no la hay: el noventa y ocho por ciento de los productos son importados de China, el país nipón vive de la electrónica y de la industria automotriz que prácticamente gobierna el país.

      Funcionan tranvías del siglo XIX que le ganan la batalla al tiempo y a la modernidad de las pantallas gigantes que hay en la cima de los edificios en cualquier ciudad grande de aquí. De improviso me detengo en una esquina, veo a alguna mujer caminando en quimono y pasa una auto que por su brillo parece recién sacado de la fábrica Mitsubishi. No se cansa uno de recibir contrastes, porque ellos despabilan, inquietan y generan más preguntas. Se ven muchos Mitsubishi, sé que la fábrica estaba a pocos metros de donde cayó la bomba, era un blanco, ya que antes no se dedicaba a los coches, si no a fabricar motores de avión de combate A6M Zero y que llegaron a ser utilizados en la guerra. Entre los fallecidos figuran seis mil doscientos de los siete mil trabajadores japoneses de la planta de municiones de Mitsubishi.

     Sin embargo, es mucho mas desconcertante la sensación de haber estado en el mismo lugar donde la bomba hizo eclosión. No se sabe qué sentir. En rigor de verdad, el estruendo siniestro fue a quinientos metros hacia arriba de donde hoy está el Monumento a la Paz y en ese momento la Catedral de Urakami. La zona es montañosa, lo que limitó los efectos de las ondas expansivas. 

      El museo de la Bomba Atómica completo conlleva un significado aterrador aunque, dicen, el de Hiroshima es aún más duro ya que allí el desastre fue peor. Botellas de vidrio fusionadas con otros elementos y de otro material; el reloj parado a las 11.44 de la mañana; la marca de una persona sentada en un escalón; maquetas del antes y el después. Las dos bombas le pusieron punto final a la II Guerra Mundial, a la vida de doscientas sesenta mil personas pero no al aprecio de los nipones para con los estadounidences, Por el contrario, la sociedad japonesa se copia de las modas, habitudes y formas de consumo. En el aire, hay olvido y perdón, no hay recelo, bronca o apatía hacia el país que Hollywood hizo ganar la guerra. 

    Durante el año que viví en el archipiélago japonés,quincee hablar con muchas personas japonesas sobre el tema. Pero nadie me dio su opinión. 

 

Foto: Claudia Morikawa. Nagasaki 


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