Por Pamela Damia
Foto: Sil Cisnero
Barcelona.-De un día para el otro los abrazos fraternos y melancólicos, afectuosos e insaciables de la práctica social tanguera quedaron condenados al martirio del no poder reproducirse como antes de la pandemia, cada día, con desconocidos, hasta en los rincones más inimaginables del planeta* donde alguien baila, enseña, aprende, canta, escribe o toca un tango.
Hoy, médicos preventivos* aseguran que el coronavirus podría continuar circulando inadvertidamente por lo que el contacto físico no sería la mejor practica que pudiéramos hacer. Durante estos meses de confinamiento no ha habido abrazos casuales, ni con desconocidos. En Inglaterra se inventó y luego lo implementaron residencias de adultos mayores en varios países, la innovación de colgar un plástico con mangas que hace de barrera entre los cuerpos para poder sentirse, pero sin llegar a la piel. Los especialistas aconsejan que al abrazar la cabeza quede girada de tal manera que las caras no puedan rozarse y la respiración se aleje lo máximo posible.
En el baile del tango puede pasar, depende la altura de los bailarines, que las caras no se acaricien. Sin embargo, para bailar es necesario estar de frente con un abrazo asimétrico donde un lado funciona estando cerrado, entrelazado y el otro es abierto pero unido por el abrazo de las manos. Esta posición dura lo que dura la música, un promedio de tres minutos. No hay manera de esquivarle a la conversación entre tango y tango durante una tanda, que son cuatro tangos. Y ese vaivén de pareja, que se amotina con las demás circulando en sentido contrario a las agujas del reloj, forman la milonga, el singular templo de esta religión. Sin esa energía de tierra y barro, de historias personales y de pueblos migrantes; de arte y fusión de géneros, de música y poesía, nada tiene sentido en nuestro mundo.
Nació rioplatense y se convirtió en universal en menos de un siglo. Este fenómeno cultural, a principio del siglo XIX viajó de los bajo fondos porteños a los salones de Paris mientras era prohibido en Buenos Aires. En los años cuarenta del siglo pasado tuvo su época de oro por la evolución musical y la masividad de la que gozaba. Hasta que en la década del sesenta el rock invadió tanto las llanuras argentinas y uruguayas, así como lo hicieron los grandes capitales extranjeros y poco a poco pasó a ser cosa de viejos. Y de pocos. A finales del siglo veinte resurgió con la nueva generación que lo resignificó y lo hizo propio con la evolución de sus composiciones musicales, danza y poesía, aunque sin volver a ser lo popular que supo ser entre las familias rioplatenses. Ya para el inicio del nuevo siglo una pedagogía del tango y una horda de performers marcopoleaban el globo mientras se amasaban notables pujas entre quienes defendían la tradición y quienes abogaban por la evolución del género.
Ese debate pierde sustancia frente a la semejante aplanadora que pasó por los suelos gastados de baldosas y de parquet al cerrar el planeta. Entre los ciudadanos la desconfianza y los miedos también parecerían seguir circulando. Pero entre los milongueros, el abrazo es razón de ser. Después de cuatro meses, anhelamos volver a despertarnos con los pies cansados y el cuerpo rodeado de las marcas que dejaron los abrazos que en muchos casos duran mucho más de tres minutos.
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