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Hanoi, ambulante y callejera

Publicado en www.enestosdias.com.ar
Veredas atestadas, olores penetrantes, perros trozados colgados en oferta, motos infernales. Hanoi se descubre intensa, con un alterado sentido del orden. Sus 36 calles del Barrio Viejo encierran sensaciones ajenos a los ojos occidentales. Primera parte de un viaje por Vietnam.

16/05/2020

Pamela Damia

(Foto Pamela Damia)
Está cortado en dos partes, la cabeza por un lado y el cuerpo por otro; asado y brilloso se posa sobre un carro de aluminio destartalado. Se reconoce por la forma de la dentadura blanca. Al costado hay otros cortes de carne pero están crudos y sin refrigeración. La vendedora se enoja ante la intensión de tomar una foto y me echa haciendo un gesto con sus brazos, como corriendo el aire hacia mi. Me empuja hacia atrás con su mirada, para retroceder y desaparecer de su vista. Me gustaría que no se enoje y comprenda la sorpresa ajena. Cada pueblo tiene su cultura y los perros son tiernas mascotas, gruñones guardianes de casas o juguetones corredores de bicicletas.  
En el 2019 las autoridades de Hanoi, capital de la República Socialista de Vietnam, publicaron un comunicado oficial pidiendo a la población que comience a dejar de comer carne de perro, porque afecta negativamente la imagen de la ciudad. El Comité Popular del Partido Comunista que la gobierna, desea que tenga la reputación de capital civilizada y moderna.
Sin embargo, comer carne de perro y gato es una práctica muy arraigada aún. Como un boomerang viene a mi cabeza el recuerdo de las caminatas de los días previos por la ciudad y entonces comprendo porqué no había visto perros vagabundeando sino enjaulados al costado de los puestos.    
Los pies del conductor avanzan al ras del asfalto pero la moto-taxi no mantiene una velocidad constante ya que los frenos se clavan cada tres o cuatro segundos. Otra se atraviesa por la derecha. Aparece una bicicleta por la izquierda, una vendedora de frutas está atravesada y el engranaje se para por algunos instantes. La vendedora tiene dos canastos ovales y una bandeja profunda apoyados en los tres puntos estables que posee una bicicleta: manubrio, asiento y rejilla de atrás. Usa el Non lá, sombrero cónico de paja, y se detiene unos instantes para ver si alguien se acerca a comprar. Durian taro, lichi, rambután longan, mangostino, tamarindo.

(Foto Pamela Damia)
La lista de frutas sigue pero la fruta del dragón o pitahaya es la más atractiva de todas: oval de color fucsia con una especie de pétalos que acaban en punta color verde. Proviene de Centro América, dónde ya la probé, aunque también se cultiva en el Sudeste asiático. No tengo recuerdos del sabor y no deseo quedarme con la duda si sabe diferente en estas latitudes. Muerdo. Sí, es igual, pienso. Después de todo, uno y otro continente no solo tienen en común el dolor de pertenecer a la lista de pueblos y tierras arrasadas por las metrópolis coloniales y la desidia del capitalismo que cuando no mantuvo, profundizó las desigualdades. También comparten la fruta del dragón.
Aunque no lo parezca a simple vista, la revista Vietnam, de la agencia vietnamita de noticias (VNA con sus siglas en inglés), en su versión en castellano asegura que el ochenta por ciento de las tiendas de frutas cumplen con los estándares de seguridad, higiene y control de calidad. A finales del 2018 era solo el treinta por ciento.      
Siento estrés al no pertenecer a esta instantánea que se entrecorta, como en la canción de Fito Paez. Aparecen taxis de repente, pequeños carruajes (tuk-tuks) cuyos conductores no miran a los peatones y no frenan hasta rozar el cuerpo. Son como los mosquitos, no los escuchás hasta tenerlos a un centímetro de tu cuerpo. Solo ven si hay un hueco para avanzar. Utilizan la bocina como ojos.

(Foto Pamela Damia)
Los semáforos escasean o no se respetan. Una mujer cruza empujando un carro-perchero colmado de ropa del tamaño de una furgoneta. Atraviesa en diagonal y le da la espalda a los coches. Los policías miran la dinámica natural. Motos y más motos. En este país de noventa y cinco millones hay registradas cuarenta y cinco millones de motos. Se comprende que haya tantas no solo porque el clima invita sino porque comprar un coche es demasiado caro, los impuestos pueden ser equivalentes al costo.    

***

El comercio y la vida callejera gobierna el Phố Cổ (barrio viejo) y el caos lo convierte en un lugar sin escapatoria aparente. Este barrio, que se estableció en el siglo X cuando la dinastía Ly estaba en su apogeo, al lado de la ciudadela imperial (Thang Long), era punto de encuentro de la élite y los mercaderes de diferentes regiones que comerciaban. Las casas angostas y altas con techo de tejas y sus locales al frente, le dieron la fisonomía que posee hoy. Los nombres de sus calles fueron puestos de acuerdo a los productos y servicios con la palabra “Hàng” (bienes) adelante. Intento caminar por las calles, empezando por “Hàng gai (cáñamo), siguiendo por Hàng bạc (bienes de plata) hasta completar las treinta y seis que comprende el casco antiguo.  
Calles pequeñas y serpenteantes con veredas ocupadas por motos atravesadas, puestos de comida y de ropa, un local al lado del otro con agencias de turismo, restaurantes, bares y casas de cambio. El ruido de la noche supera al del día, cuyas protagonistas indiscutidas son las bocinas de las motos. Resultaba extraño no ver ningún accidente, pero Tháo Nguyen, un estudiante de turismo, me cuenta que en el país hay más de veinte muertes por día por causa de la velocidad y el desorden del tránsito.  

(Foto Pamela Damia)
Muchas de las casas se convirtieron en hoteles y discotecas. Por la noche nadie duerme. Mi habitación da a la calle. Me parecía una gran oportunidad para ver la dinámica de la ciudad desde arriba. En cambio, fue una de las peores elecciones que pudiera hacer. El ruido es insoportable y el conserje me promete que al día siguiente no ocurriría y no puedo no creerle con esa sonrisa. Al día tres pido cambio y me pasan al piso ocho del contrafrente, donde se escuchaba un poco menos. Nada que no se pudiera averiguar con anterioridad al arribo. En nuestros días con internet se puede saber todo antes de viajar pero yo intento no dejarme llevar por la dictadura de la sobreinformación y del spoiler. Garantizar la no existencia de todo lo que opaque la adrenalina o la magia de los descubrimientos en tierras desconocidas.

***

La vereda tomada 

En los locales del casco antiguo el espacio no alcanza, y la vereda es el único lugar posible para ampliar. Es la cancha donde se juegan todos los partidos. Incluso, donde se lavan los platos del restaurante de al lado. La vajilla sucia con restos de comida, bandejas y pocillos están apilados de un lado, esperando ser redimidos por las manos enguantadas de mujeres en cuclillas. Por otro, se ordenan los platos limpios en tachos o cajones de plástico. La espuma que rebalsa de los fuentones baña las baldosas y llega al pavimento.
La rutina sirve para higienizar el mismo suelo por el que desfilan algunas ratas que, a lo largo del día, son convocadas al festín de tanto alimento sin protección. El olor a salsas fermentadas, a picantes, a pastas de curry embeben el aire y convocan a muchos seres vivientes.   
La señora de treinta y pico que con maestría corta pedazos de carne sentada en un banco de plástico azul no habrá aprobado el curso de manipulación de alimentos, pero sí el de ganarse la vida a punta de cuchillo. En su puesto improvisado de venta de carne vacuna, la señora troza sobre una madera redonda y gruesa, apoyada sobre otro banquito de plástico, esta vez rojo. A sus pies otros cortes sobre un cartón respiran aire fresco y reciben la llovizna que por esos días no cesa de picotear las cabezas. Alrededor tiene una palangana con trozos de pollo y otra tabla de madera más pequeña con restos de carne, una balanza y bolsas colgando de la pared. No levanta la vista de su faena, tiene una vincha gris en la frente y el cabello atado. Me sorprende que lleve zapatos cerrados y no ojotas con calcetines, como casi todos los vecinos de Hanoi, incluso los días lluviosos.   
Por momentos se encuentran motos estacionadas atravesando el paso. Caminar por la calle en lugar de la vereda se convierte en habito y el temor a ser atropellado capitula en cuanto se naturaliza la práctica y, más aún cuando una se convence de que el paso será más fluido en un futuro cercano. Pero desafortunadamente no ocurre a menudo. Las mujeres que venden buñuelos (Món bánh rán nhân thịt) se acercan mucho, o más bien acercan el brazo, apuntan a la mano con la pinza que sostiene este redondel de harina y arroz glutinoso relleno de carne picada, zetas y zanahoria, fideos de cristal transparentes, para que no te quede otra opción que tomarlo. También tienen en sus canastas de mimbre y tapados con una bolsa transparente buñuelos dulces (Món bánh rán ngọt) rellenos con judía verde y cocinados con azúcar.
No hay horarios para la comida. Sin embargo, el caos del casco viejo tiene su climax hacia la hora de la cena cuando los restaurantes arman las mesas en la vereda o llegan los chiringuitos itinerantes y montan su negocio, para ofrecer más platos en la variada kermes. 
Las noches de mercado nocturno en la calle Hang Dao vallan los ingresos y las calles se hacen peatonales. Veo un coche de alta gama, que debe tener licencia para pasar. Se baja una pareja, ella está envuelta en brillos. Son acompañados hasta una puerta cuidada por un guardia de seguridad. Un tipo sale del local y arranca el coche pero no pone la música a tope como la tenían los dueños.
Los restaurantes y chiringuitos ofrecen mesas y sillas de plástico para niños, ergo, minimalismo barato para adultos. Ya a las ocho de la noche, no hay lugar para nadie más. La calle se trasforma en un pasillo con lugar para un solo cuerpo, mientras se camina los menúes plastificados interrumpen el paso y la visual: si lo mirás, pasás, y si no, ya podés darte la vuelta y buscar otro camino. A cada paso un pescador de clientes te ofrece sentarte junto a sus otros comensales. Para descomprimir hay que llegar al final de la calle, que nunca llega.

***

Un joven con peinado rapado cerca de las orejas y un arito en la ceja, una campera de cuero y ojos ingenuos que delatan su adolescencia me incrusta en la cara la carta que mide unos cincuenta centímetros de alto. Yo intento dar un paneo antes de sentarme en algún lugar, escrutar los platos que van y vienen para sentir que elijo. No me da tempo a leer bien lo que hay en el menú, porque al mismo tiempo me habla, mucho. Sé que en la cocina vietnamita se pueden encontrar serpientes, tortugas, ranas, ratas y perros. Otra vez, tengo que leer bien para sentir que elijo. Le pido al joven un minuto de silencio. Los dos sonreímos mientras la inercia del pasillo empuja y yo decido correrme para entrar en el espacio donde están las mesas de su restaurante.

(Foto Pamela Damia)
La foto del phở (sopa de fideos) es la primera, puede servirse con carne ternera o pollo y verduras y desde las siete de la mañana ya se puede ver a los vietnamitas comiéndola. Zambullirse en este menú exótico me provoca adrenalina y algo de pavor. Aunque intente probar todo, nunca es demasiado el tiempo si se está de viaje. Ese día ya había comido el bún cá, (sopa de pescado frito y especiado) servido con fideos de arroz y jengibre y un sandwich (bánh mì) con cilantro, paté, carne de cerdo a rodajas, pepino y una salsa con chili que en cada local es diferente,  porque cada vendedor le pone su magia. Esta última podría ser una buena opción, pero no se sí resistiré el picante.
- ¡Em Oi! -, me llama un chico desde un escalón, el que había que subir para entrar a su selva de sabores. Me tienta la foto que me muestra y me detengo. Carne salteada con cebolla, noodles (fideos) que se mojan en una preparación de vinagre, agua y zanahoria.
Alguien sale del local mientras reprende a la camarera que está adentro. Es la dueña que nos dice en un inglés entendible que acá cocinamos con el verdadero wok que hago traer de Singapur. Habrá pensado que por mi cabeza está la idea de que en Hanoi todo es trucho. Lo es, pero creo en las excepciones.
Rápidamente se transforma en la anfitriona principal y yo me siento en una mesa de afuera. Dice tener el mejor servicio de la cuadra y remarca que las mesas están limpias y que además cuenta con el único restaurante con baño de la cuadra. Describe cómo está hecho cada plato, y lo vende bien, algo que casi nadie hace en profundidad. Enumerar los ingredientes principales no basta, ya que la particularidad de una preparación a veces la da una especie o la técnica con la que se cocinan los productos. Mientras nos reímos me abraza o acaricia la espalda, cosa rara en Asia. Era verdad esto de que el vietnamita es muy sonriente y simpático. Elijo pollo agridulce con piña, cebolla y pimientos. Es muy abundante como de costumbre en Hanoi. Tan abundante como la propina que merece.
Me alejo de la zona de bullicio, y comienzo a ver los locales que cierran a partir de las once de la noche. El mundo de la venta de imitaciones de ropa, calzado, DVD y CD, medicinas, bebidas alcohólicas, libros y agencias de viajes se va a dormir temprano. No así sus fábricas que compiten con las de las marcas originales (Adidas, The North Face, Columbia), que colocaron en Vietnam y en otros países del sudeste asiático sus naves industriales y sedes fiscales por los bajos impuestos y la mano de obra barata.
Miro las vidrieras cerradas y pienso que ni siquiera un buen ojo puede darse cuenta si se trata de un producto original o no; como tampoco puede distinguir quiénes, en esta maquinaria, son los buenos y quiénes los malos.

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