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El arcoíris de los dioses (apuntes sobre la cultura balinesa)

Publicado en www.enestosdias.com.ar


En la Isla de Bali se sonríe con el espíritu. Son cuatro millones de habitantes que sonríen y conviven en localidades desordenadas, gobernadas por el frenético andar de las motocicletas y los insectos tropicales, en verdes oasis de cultura artesanal donde el tiempo se detiene y la sana comunión planta bandera.


Bali, parte del archipiélago de la Sonda entre el Mar de Bali y el Océano Índico, es la más peculiar de las 17.500 islas de Indonesia de notables diferencias culturales, étnicas, artísticas y arquitectónicas con el resto de islas del país que son musulmanas. 
Así como consideran un acto de nacimiento la erupción de un volcán y a partir de ello el hogar de los dioses, consideran las ofrendas un halo de protección. Las veo por todos lados, su colorido me atrae y siempre me acerco a ver qué contienen, porque no siempre es lo mismo. En ésta hay hojas de coco, diferentes flores, algunos alimentos e incienso. ¿Para qué es el cigarrilo?, pregunto pensando que no era exactamente un elemento que hiciera bien regalar. Bima, quien lleva una bandeja repleta de ofrendas y aún no comienza el recorrido, me explica que si alguien quiere proteger a los suyos en la salud, coloca un cigarrillo o una moneda para atraer la abundancia. 
Precisamente por la abundancia de la zona, por el estrecho de Bali circularon durante siglos los navíos que realizaban las antiguas rutas comerciales entre Europa y Oriente, entre India y China. La isla entonces asimiló las influencias de dichas civilizaciones. Cuando el islam llegó a Java, la principal isla del país, se extendió rápidamente y al tiempo que el Imperio hindú Majapahit (1293-1500) se precipitaba, la mayoría de los hinduistas se refugiaron el Bali, entre ellos intelectuales, artistas, sacerdotes y músicos. Para el siglo VII ya había adoptado las más puras tradiciones hinduistas para fundirlas con sus ancestrales creencias animistas, y se declaraba como la Tierra de los Dioses.

(Foto Pamela Damia)
Por sus atardeceres, es el verdadero arcoíris de un país que, como tanta nación no hegemónica, ha pasado por grandes desafíos planteados por los desastres naturales, el saqueo colonial, la desigualdad, la corrupción, el separatismo, el proceso de democratización y períodos de cambios económicos.  
Pegoteados por el calor húmedo, sobre los skooters viajan hasta  cinco personas, casi siempre sin casco. Las piernas de un niño y la cabeza del otro bambolean las curvas al compás de las bocinas que suenan sin cesar. La policía dirige el tránsito porque los semáforos no dan abasto o, en algunos casos, no funcionan. Los taksis y autos particulares generan un tráfico creciente en calles angostas y sin vereda. Circulan por las calles que serpentean la ciudad, pero evitan las muchas sin salida en los barrios construidos sin planificación.   
Indonesia no escapó a las hambrientas potencias europeas que en el siglo VI se llevaban toneladas de productos asiáticos, y tenía como vedette a las especies. Pero, a pesar de los tres siglos de estado colonial holandés -hasta 1949 que fue declarada su independencia-, el pueblo de Bali eludió otras formas de culto que no le fueran propias. 
El color naranja de las construcciones contrasta con el gris hollín de los ornamentos y figuras geométricas en las terminaciones de las casas, que cuentan con paredones bajos o rejas y mucha pero mucha vegetación. Las plantas, arbustos y flores desbordadas buscan la calle, buscan el oxígeno que no tienen entre ellos.  
Los balineses ventilan sonrisas entre tanta quietud del aire. Van en ojotas, pantalón corto y musculosa. No importa la hora, aunque a las nueve de la noche cierren todos los comercios y las luces de la calle expongan lo tenues que son.    
Una familia un templo es lo primero que aparece en las guías de viaje y es la particularidad de configuración de las ciudades de Bali. Todas las casas tienen un espacio dedicado a la oración y las ofrendas. Desde la calle se ven las estatuas, el meru, torre de madera y paja oscura que simboliza el volcán del mismo nombre; el panuman, trono simbólico para recibir a las deidades visitantes (los dioses no habitan un templo); la fuente con agua para purificarse y la torre para dejar las ofrendas.

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Dioses y demonios comen en la misma mesa 

Aunque la ciudad de Ubud sea el núcleo espiritual de Bali, en toda la isla se ama la vida y se carece de temor a la muerte. Existe un hinduismo particular cimentado en la creencia de los espíritus denominados Dioses o Demonios a quienes se honra diariamente con coloridas ofrendas de flores y frutas, con arroz o con pequeñas artesanías de paja y esterilla. Los balineses creen que los humanos pueden mantener en equilibrio a los buenos y malos espíritus realizándoles ofrendas. 
Muchas veces esos espíritus se representan en estatuas guardianas de cada esquina, entrada de casa, hotel, local comercial, templo, santuario o jardín. Las de los dioses, en general se presentan en posición de loto, ojos entreabiertos y sonríen delicadamente. Sin embargo, su contrapartida no genera la misma calma. Los demonios tienen ojos saltones, mandíbulas grandes y dientes amenazantes; casi siempre manejan algún objeto en la mano y los brazos en movimiento; visten decoraciones en cuello y cabeza, tobillos y muñecas. Es una dualidad estática, que a la vez se opone a estéticas occidentales.    
Se suman además las creencias animistas, objetos y elementos del mundo natural (montañas, ríos, el cielo, la tierra, árboles) que están dotados de alma y condicionan la vida; también, en algunas zonas, dan culto a santos budistas. Es muy común ver estatuas o árboles envueltos en telas amarillas, color que simboliza la sabiduría. 
Son las cuatro y cuarto de la madrugada cuando suena el despertador. El mercado Pasar Badung Baru abre las veinticuatro horas pero la idea es llegar a las cinco para no encontrar aglomeración. “No pidas vos, porque te van a cobrar más caro”, dice la baqueana que nos llevó. Allí se venden frutas y verduras, especies y flores. Hay puestos con todo tipo de elementos para construir las ofrendas. “Incluso los más humildes compran flores. La gente se gasta lo que no tiene, pero la ofrenda nunca falta”, me comentan. Las flores no son baratas en ningún lado.

(Foto Pamela Damia)
Las ofrendas se colocan en los lugares imaginables, así como sobre las matrículas de coches y motos para pedir protección o en la entrada de los comercios para tener un día fructuoso. Las que se dejan en el suelo tienen por objetivo apaciguar a los seres malignos. 
Las mujeres son las encargadas de llevar las ofrendas canang sari a diferentes lugares cinco veces al día. Este regalo que se les hace a los espíritus para asegurar buena salud, felicidad y prosperidad, es colocado en una pequeña canasta de hoja de palma.
En las ofrendas siempre se encuentran los colores blanco, rojo y verde, los cuales representan a Brahma, Vishnu y Shiva, dioses que simbolizan respectivamente los ciclos de creación, conservación y destrucción del universo. Además, se distinguen cuatro flores que generalmente aluden a los cuatro puntos cardinales. Las rocían con agua bendita para darles aún más potencia espiritual.  
Una de aquellas noches de Kuta, un silencio profundo inunda la calle. Aunque no fuese tarde, la gente se guarda temprano. Los restaurantes con luz tenue y mesas ratonas en cubículos de madera con bancos y almohadones, ofrecen las comidas con los insumos de la zona: pescado, pollo, arroz, pepino y tomate. Los platos son canastas de mimbre, y muchas veces, entre la comida y el plato, hay un papel madera u hoja de bananero.
Quebrando aquel silencio de la noche, abro el primer portón de la casa donde vivía y luego de dar dos pasos mis dedos puntean algo. Al encender la luz veo la flor, la canasta y la galleta desparramados por el suelo. La estatua tiene sus ojos más abiertos que nunca y yo dejo la luz prendida.
  
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Agua de plástico

En Bali el mar ofrece olas grandes. Es un destino elegido por surfistas por ser económico y tener olas altas y rápidas. “No tragues agua”, me dice un camarero del hotel. Automáticamente pienso en la isla de plástico que crece cerca de allí y cuyos metros cuadrados equivalen a Chile y Argentina juntos. Las corrientes marinas del giro del Pacífico Norte, hacen que los desechos queden atrapados en el agua formando un espeso tapiz, que con los años se va desintegrando y mimetizándose con el agua.


Indonesia es el país que más desechos sintéticos tira al mar, después de China y su principal problema es la ausencia de un sistema de tratamiento de las basuras. Cerca de su capital, Yakarta, está Citarum, el río más contaminado del mundo que desemboca en el mar de Java, al norte del archipiélago.
La situación es tan grave que mucho antes que los gobiernos, la ciudadanía comenzó su lucha, y las adolescentes Isabel y Melati Wijsen se hicieron famosas durante una charla TED en la que denunciaron la situación. Lograron que en Bali se comiencen a prohibir las bolsas de plástico en el 2016. Recién en el 2017 el Gobierno indonesio se comprometió a reducir un 70 por ciento los residuos de plástico para el 2025.
Al caminar por la zona de Kuta, uno de los primeros complejos turísticos de la isla, se pueden encontrar puestos de comida y bebida, ropa, locales de souvenirs o de mimbre al lado de un basural a cielo abierto. No hay desmanejo estructural que no permita la creación de puestos de trabajo informal: los pemulung, aquellos que separan la basura a manos desnudas, son el primer eslabón de la cadena de reciclaje improvisado. 
Los estudios dicen que todas las especies de mar absorben esos residuos de una manera u otra. Pero así como los residuos de basura entran por completo en la cadena alimenticia, comer un pescado mirando al mar con una copa de vino blanco en la mano ya no suena romántico. 
Las paradisíacas playas se han convertido en un paraje de contaminación donde apenas quedan huellas de lo que un día fue uno de los mayores destinos turísticos del mundo. Sin embargo, envueltos en una entrañable inmensidad, a lo lejos, no es posible entender cuán contaminado está este mar. Resultan interminables y, por momentos inhóspitos, los kilómetros de costa y playas anchas de arena fina. En cualquier caso, los atardeceres dorados velan cualquier indicio de la catástrofe natural que está ocurriendo en frente de nuestros ojos.  
Hacia el sur, la playa occidental es el hilo conductor de templos hinduistas como Pura Tanah Lot, que significa “templo de la tierra en el mar”, al que pertenece el santuario Batu Bolong, construido en el siglo XVII y dedicado a los espíritus guardianes del mar. Quiero visitar el lugar, pero llego tarde; las olas rompen en la roca y hay mucha gente que no se anima a ir al peñón. Empleados del templo ayudan sosteniendo mochilas para que los turistas no se mojen y caminan de la mano con los que vuelven. La particularidad del lugar es que está ubicado en un montículo de roca que se comunica con la orilla por medio de un puente natural que, cuando la marea crece, obliga a quedarse en uno u otro lado. Tal como la vida misma. Esta vez no puedo cruzar.
Al final de la península que se forma al sur de la isla, se encuentra el emblemático templo Pura Luhur Uluwatu que se levantó sobre un acantilado para la adoración de Siva Rudra, la deidad hindú balinesa de todos los elementos y aspectos de la vida en el universo. Desde su creación en el siglo X, Pura Uluwatu protege a Bali de los malos espíritus del mar. Once siglos después, el filtro de unos ojos ateos y occidentales no sabe si el aura de estos lugares espante los males, pero seguro lo hace creer por un momento.

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Bali, esa tierra también baliada 

Entre las tantas explicaciones sobre la cultura de esta particular isla indonesiana se escucha que la sonrisa de sus habitantes se debe al grado de espiritualidad practicada, y que el caos en el que viven donde hay población concentrada parece no afectarles.

(Foto Pamela Damia)
“Los balineses siempre estarán protegidos, por su manera de vivir y creer”, me comenta Alex, un empresario hotelero balinés de religión cristiana. Existe una fuerte creencia de que están exentos en términos espirituales de las consecuencias de las debacles que ocurren con frecuencia a su alrededor: terremotos, maremotos y erupciones de volcanes son algunas de las calamidades naturales con las que se enfrenta uno de los países pertenecientes al Círculo de Fuego. Sin ir más lejos, el último temblor dejó 460 muertos en Lombok en agosto de 2018. 
No obstante, el halo de espiritualidad no los alejó de la punción extremista del islam. En 2002 sufrieron un atentado perpetrado en una discoteca en la playa de Kuta donde murieron doscientas personas a manos de Al Quaeda. Tres cuartos de las víctimas eran turistas australianos, para quienes Indonesia es destino de descanso fijo durante todo el año. En el hotel donde me alojaba desfilaban jubilados de ese país de Oceanía y, algunos, tenían reserva vitalicia en el tres estrellas.  
El memorial del atentado está rodeado de macetas con plantas de muchas especies y fue construido en lo que era el bar donde explotó la bomba. Rebalsa de ofrendas que llevan los locales cada día: “Venimos acá para para alejar a los demonios del lugar”, me dice en un escueto inglés Cahaya, una chica de 25 que trabaja en un restaurante cerca de allí. Sube las escaleras y se acerca despacio. Después de apoyar su ofrenda permanece de pie y su mirada se abre. Creo que solo piensa en la palabra esperanza.
No fue el último atentado. En mayo del 2017, una familia yihadista se inmoló en tres iglesias cristianas en Surabaya, la segunda ciudad más poblada del país y que dista cincuenta minutos de aéreo de Bali.
A pesar de ser un Estado laico es el país del mundo donde hay más musulmanes, debido a su población de 260 millones de habitantes. Sin embargo, esta es tierra de hinduismo. Es tierra de mariposas que dejan estelas de fantasía y le hacen cosquillas a la humanidad que la habita. 
Frente a un mundo donde el avance del islamismo más conservador crece a pasos agigantados, en las últimas presidenciales de 2019 volvió a ganar el moderado Joko Widodo (Jokowi). Triunfó a pesar de que su principal rival, el ex General Prabowo Subianto, le dijo que no era lo suficientemente musulmán para honrar el cargo. Tal vez por eso, en Bali, fue el más votado.  

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Verde Ubud

Bangbang nos lleva en una camioneta de los años ochenta hacia Ubud, el centro cultural de Bali. El coche se dirige al interior de la isla, hacia el norte de la ciudad principal llamada Denpasar. Nuestro conductor viste una chomba amarillo patito, conocedor del camino, maneja con la misma facilidad que respirar. Tenemos una hora y media de viaje pero a los veinticinco minutos dice que va a desayunar, y pregunta si lo queremos acompañar.

(Foto Pamela Damia)
Mientras esperamos unos minutos en el puesto, una chica en cuclillas corta un coco con un cuchillo hacha. Un cartel reza “a 30 centavos de dólar”, para el que desee comprar.  
Nuestro conductor se acerca con su nasi jinggo, un cono de arroz, el alimento básico de la gran mayoría de la población mundial. Está envuelto en hoja de palma, y el contenido es de un amarillo casi fluorescente, cúrcuma y ají los ingredientes sobresalientes, pero también tiene carne, cebolla y otras especias. Como la gran mayoría de los países del sudeste asiático la comida picante parece inmunizarlos de muchos males.  
A medida que nos alejamos del centro urbano aparecen grandes puestos de estatuas y artesanías. “Los balineses trabajan muy bien la madera”, dice entonces Bangbang. Sonríe y vuelve a mirar para adelante. Le faltan algunos dientes a este laburante de la vida, pero sonríe ajeno a ese detalle. Se exponen mesas, tablas de cocina, bancos y adornos tallados en madera de teca, ébano o de sándalo, importado desde el oeste del país. 
Entrando en zona rural, la vegetación se hace tan tupida y selvática que se pueden distinguir todas las tonalidades de verde. Los bananeros coronan la jungla abriéndose en abanico por sobre árboles y arbustos que pierden protagonismo.  
Aquí la vida lleva el ritmo de los ciclos agrícolas. En ese momento las terrazas de arroz de Tagallalan son mi tierra prometida. El atardecer no es lo mismo sin el reflejo del sol cayendo en las parcelas, porque a esta altura del año no tienen agua. Es junio, época seca y período de siembra. El verde no es tan intenso pero así y todo, camino por una de las más emblemáticas y ancestrales formas de cultivo del mundo, una obra de ingeniería. 
Se aprovechan las laderas de la colina para construir las terrazas y así poder regarlas de forma que fluya el agua hacia abajo, desde una fuente en la cima hasta la última. El sembrado, la recolección y el trillado del arroz sigue siendo artesanal. Luego de realizar el proceso los balineses descansan la tierra para plantar maíz, frijoles o batatas para mantener la fertilidad del suelo y cortar el ciclo de las plagas. 

(Foto Pamela Damia)
Hay que subir y no hay sombra. Por momentos en línea recta hacia arriba y por otros, haciendo un zigzag pronunciado. Miro atrás para contemplar el hipnótico paisaje, pero verlo desde adentro no es lo mismo que desde la altura. Adentro la maravilla se hace costumbre.    
En el medio de la colina hay unas chicas en un puesto, son tres a la sombra y no sonríen. Me alcanzan una postal y no nos dejan pasar sin cobrar el peaje. No solamente la calle principal está dedicada al turismo.
Recorrer la ciudad evidencia que se diferencia del alrededor agrícola y ganadero, la circulación de gente y la urbanización. Sin embargo, el bosque está presente enmarcando cada taller de artesanía, de danzas tradicionales o galería de pinturas. Más adelante unas sombrillas de playa con los triángulos verdes, rojos y amarillos rompen con la bohemia y dan sombra a los negocios de souvenirs, adornos colgantes, artesanías o aquellas que pretenden serlo. Bangbang señala unos llaveros en madera con forma de pene, que se ven en todos los mercados. Los había color madera y decorados de colores. Se ríe y nos pregunta si compraríamos alguno. Quién sabe si tenga más utilidad un atrapasueños.  
Ubud fue elegida por los holandeses a principios del siglo XX como capital del protectorado. El Palacio Real tuvo ilustres huéspedes: el pintor holandés Rudolf Bonnet, el músico alemán Walter Spies o el escritor mexicano Miguel Covarubias. Muchos de ellos mostraron desde Ubud el exotismo de la isla a través de películas, acuarelas, fotografías o libros que se difundieron por todo el globo. Hoy hay un gran número de galerías de arte, pequeños atelliers de escultores, artesanos y pintores. Es posible que por este motivo desde los años ‘30, los artistas no han dejado de acudir a Bali, en muchos casos para quedarse definitivamente. 
Oso imaginar que en esa época, no sólo Paris era una fiesta.

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