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La leyenda de la naturaleza y la naturaleza de la leyenda

Publicada en En Estos Días

Cuenta una de las varias leyendas del noroeste de Vietnam que un dragón bajó del cielo escupiendo bolas de jade y joyas que luego se transformaron en los islotes de piedra caliza recubiertos de selva frondosa que bordean la costa del golfo de Tonkín, a lo largo de ciento veinte kilómetros. Historias rodeadas de agua, con olor a café y turismo de todo el mundo.

14/06/2020 
Pamela Damia

(Foto Pamela Damia)
Vietnam.-El dragón mitológico que para los vietnamitas es el dios del agua, bajó para capitular el enfrentamiento que reinaba en la zona a causa de los invasores chinos. Lamentablemente, el asedio de colonizadores y oportunistas nunca cesó, pues entre los tres cuartos de siglo de dominación francesa y la guerra civil de veinte años en la que Estados Unidos movilizó a dos millones y medio de soldados, no hubo paz en esta latitud.
A pesar que Francis Ford Coppola haya filmado Apocalypse Now no en Vietnam sino en Filipinas, puedo imaginar los helicópteros merodeando el atardecer y el polvo de la tierra en el ambiente. Este golfo fue escenario del episodio que sirvió de excusa a EEUU para el incremento de su intervención en la guerra, multiplicando por ocho la cantidad de soldados. En 1964 la inteligencia estadounidense autoatacó sus tropas utilizando banderas falsas. El gobierno de Vietnam del Norte lo acusaba  de estar navegando en aguas nacionales, mientras que EEUU afirmaba hacerlo en internacionales. Luego se descubrió que la inteligencia norteamericana había falsificado documentación, pero para entonces ya había infectado al mundo con su versión. Posverdades y fake news, hubo siempre.  
En el puesto dieciséis de los países con más biodiversidad del planeta está la República Socialista de Vietnam, que también ranquea con sus ocho Patrimonios de la Humanidad declarados por la UNESCO, entre los que se encuentra la Bahía de Halong. Desde un punto panorámico, cuando hay bruma o el cielo está encapotado solo se ve el contorno a lo lejos de una cadena de rocas redondeadas en la punta y de diferentes tonalidades de grises circundando un golfo. Cuando sale el sol, se suman embarcaciones de todos los tamaños que dejan estelas en sus aguas mansas y turquesas.

(Foto Pamela Damia)
En cambio, desde el agua la ilusión de la cadena se rompe y se reconoce cada islote vertical en un plano diferente, con sus diversas alturas y la erosión del agua en su parte inferior. En cada uno, la roca kárstica tiene matices anaranjados, está trizada, cortajeada, arrugada y la arropa el verde lima de los arbustos en la parte superior, que cae sobre la ladera como una tela. De estas formaciones también hay en China, Indonesia y Tailandia y todas despliegan una belleza imposible de abarcar.
Desde la marina de Tuan Chau en dirección a la isla de Cat Ba, el catamarán de dos plantas se desplaza cansino y a velocidad constante. Para darme cuenta de que se mueve, es necesario individualizar un punto fijo durante algunos instantes. Si no, me conformo con mirar el agua que corta el barco desde la pasarela que lo bordea. Entro en el camarote que está revestido en madera y empapelado con un motivo dorado, y tiene todo lo necesario para el viaje. Lo más importante es la ventana, resulta imperioso ver el afuera en los momentos de descanso, aunque desde la terraza del barco que tiene pasto sintético y reposeras, la vista es más amplia y se ven algunas decenas de las 1970 islas que compone este accidente geográfico llamado por algunos, la bahía del dragón.   
Caminando por Cat Ba, la mayor isla de Halong y cuartel de piratas vietnamitas y chinos desde tiempos inmemoriales, ya alejada del puerto y el centro turístico, me encuentro con el local de una señora que hace tofu artesanalmente. Me quedo mirando su producción reposando en bandejas industriales de acero inoxidable, mientras ella baldea la cocina. La isla mezcla esas tradiciones con una espectacular combinación de cumbres, bosques, cascadas, arrecifes coralinos y manglares. Además de las playas de su costa oriental, Cat Ba tiene más de doscientos cincuenta hectáreas declaradas parque nacional.

(Foto Pamela Damia)
En el comedor comparto mesa con otros pasajeros, los de Sudáfrica hablan sobre el crecimiento de la inseguridad en Johannesburgo y los dos jóvenes alemanes discuten entre ellos mientras desayunan cerveza, anticipo de lo que harán durante el resto del día. Todos nos deleitamos con la comida que nos sirven en platos para compartir: pescado empanado frito con salsa de maracuyá y pack choi con ajo; pescado con tomate, cebolla, piña, trocitos de cerdo cubierto con semillas de sésamo y ensaladas papaya o pitaya con yogurt. En la mesa nunca falta el azúcar por las preparaciones agridulces. En los platos no queda nada. Los camareros recogen y sirven bebidas fuera del menú. Bajo una botella dejo el sobre para la propina. Los mozos son adolescentes, jóvenes como la mayoría de los trabajadores que he visto en la calle. Lo explica la pirámide poblacional progresiva de Vietnam, de manual: el setenta por ciento de los habitantes es menor de treinta y cinco años.   
Durante tres días voy haciendo excursiones en barcos más pequeños a grutas y cuevas; es la parte donde el rebaño cumple los deseos del pastor. En la “isla de los monos” hay un sendero para ir a la cima, desde donde se ven las piedras volcánicas que se encuentran en la playa de arena clara. Alguien fabricó el entretenimiento llevando cuatro monos hace diez años; hoy hay cuarenta o cincuenta que parecen posar para las cámaras. No se les puede dar de comer, pero la gente igualmente lo hace. O los inteligentes animalitos roban comida y el agua a los turistas, cuando no los lastiman y los hacen pasar toda una tarde en una enfermería.

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Hung es guía, viste camisa clara, su tez es morena y habla inglés, pero su voz es débil y hay que hacer mucho esfuerzo para escucharla. No está muy claro el grupo que le toca, nos reparten tickets y nos hacen formar fila para subir unos cincuenta peldaños. Por dentro de las grutas se ven formas que otrora fueron mitos o se convirtieron en ellos desde que alguien los divulgó. Una pareja abrazándose, una rana, un dragón, una tortuga, un Buda. Varias leyendas se guardan en este lugar que no tiene humedad ni frío. A los pocos minutos y por la muchedumbre pierdo de vista a Hung. Me acerco a otro guía, que tiene la voz más fuerte y puedo escuchar desde cierta distancia. Señala a King Kong sosteniendo el techo de la cueva de Sung Sot, que tiene diez mil metros cuadrados y es la más grande que vi en mi vida.
El techo y las paredes de la cueva, descubierta por los franceses en 1901, tiene una textura lunar, color crema, con beiges y marrones. Estalagmitas y estalactitas pelean para ver cuales construyen el paisaje más tenebroso, entre las sombras de sus formas puntiagudas desde el suelo y el techo. Tiene infinitos recovecos, y asumo que es por la cantidad de gente visitándola que el ambiente es cálido, además de estar iluminada. A la salida veo a Hung fumando un cigarrillo. Me reconoce, pero no habla. Quisiera que sepa que me las rebusqué para aprender de qué iba la cueva.

(Foto Pamela Damia)
La salida en kayak es la más aventurera, el mano a mano con el agua. Aquí abajo, viven doscientas especies de peces y cuatrocientas cincuenta tipos diferentes de moluscos. Desde este ángulo, las rocas o jorobas del dragón aparecen con colores más claros en la gama del marrón claro y, en algunos casos, la vegetación comienza de abajo hacia arriba y está tocando el agua. Remando me acerco a unos trozos de rocas más bien pequeñas que alguna vez fueron parte de la grande, pero para subirme a una, tengo que tener cuidado por su filo.
Adelante de los promontorios de piedra oscura, me encuentro remando cerca de una de las aldeas flotantes más grandes del país, donde viven unas tres mil personas. Las casas están apoyadas sobre un sistema de maderas yuxtapuestas sobre bidones azules apaisados; con un armado de pasarelas alrededor de las casas hechas con el mismo material y techos de colores de chapa a dos aguas. Hay sogas, redes, tachos oxidados. Banderas de Vietnam, antenas de tv, embarcaciones pequeñas y medianas amarradas. En las casas donde viven de una a tres generaciones y cuando son dos integrantes, en general, es porque se trata de ancianos.

(Foto Pamela Damia)
- Es su estilo de vida y no quieren irse de ahí. Un trabajador del catamarán, Suu, me cuenta que deben pagar una renta y que algunos se convierten en pescadores para poder pagar un préstamo del gobierno para comprar un bote.
- ¿Venden sus productos en el puerto?, pregunté acercándome más a la ventana.  
- Sí. Aunque el gobierno los insta a vivir en el continente, pero a los que no quieren los dejan si es que cumplen los mínimos requisitos sobre el medio ambiente. Antes no había regulaciones…
Antiguamente todos los desechos se tiraban al mar, ahora no lo pueden hacer por el turismo y las regulaciones internacionales sobre el Pacífico y sus islas de plástico. Suu usa unas chancletas todo terreno, es flaco, de piel tersa y ojos claros; tiene labios finos, usa flequillo y un rapado en la línea arriba de las orejas.   
- Entonces, ¿qué más hacen los habitantes de las aldeas flotantes?, ¿su vida pasa por autoabastecerse?. Había escuchado que como pasa en tantos casos, ahora reciben dinero de operadores turísticos que llevan extranjeros para ver cómo viven y hacer fotos.      
Suu termina de prenderse la chaqueta para salir a hacer una tarea fuera del barco, ya está anocheciendo y comienzan a verse las luces de los barcos cercanos. El ambiente se va tiñendo de diferentes azules para convertirse en noche en no más de noventa minutos.
- Los habitantes de las casas flotantes no tienen estudios y en muchos casos oficios, por lo que les es difícil insertarse en la sociedad moderna.   
Espero la cena en la terraza del barco; seguro encuentro a los alemanes bebiendo cerveza. Subo las escaleras por la popa, casi no hay tráfico por ahí al atardecer. Allí están mis compañeros de comedor, con varias latas a su alrededor cada uno. En la baranda de la terraza, la parte más alta del barco hay un señor panzón, que se sienta en otra mesa del comedor. Algo espera mirando hacia abajo. Una caña de unos tres metros se acerca al borde del barco. En la punta tiene una red colgada de un aro. La red contiene patatas fritas y un paquete de cigarrillos. El señor vacía el contenido de la red y pone billetes de un dólar hasta completar la cifra acordada. Abajo, una vendedora en canoa manipula la caña haciéndola descender, con sus manos camina por la caña hasta la red. Transacción exitosa. Se agradecen mutuamente con una sonrisa y ella toma los remos para continuar su periplo nocturno por la bahía cuando la noche no es oscura del todo, y aún hay un resplandor tras las montañas. En su canoa lleva a una niña pequeña, gaseosas, chips, dulces y perlas cultivadas en la zona. De día y de noche, se acerca a los catamaranes para ofrecer a los pasajeros algún producto barato de vicio costoso, y permanece quieta un rato en el medio de los barcos, en algún lugar visible; luego rema muy lento hasta que alguien la llama, desde alguna terraza.
Ahora sí, ya entrada la noche, cuando el silencio es absoluto, nos llaman a los pasajeros para la pesca de calamar nocturna. Nos advierten que si tenemos suerte de sacar alguno, no medirá más de quince centímetros. Hay dos chicas jóvenes ya sentadas en la plataforma de la proa con las cañas preparadas. A Suu le toca estar en todas, prepara las cañas, tachos, vasijas y explica cómo es el procedimiento para atraer al calamar. El barco está anclado, y se mece levemente, con ese suave vaivén pasamos muchos momentos en silencio. Una de las chicas lo rompe y se levanta tirando fuerte de su caña. Suu acude a ella rápidamente y es quien acaba sacando el calamar porque la chica lo hizo cargo con un gesto. Saca el anzuelo de la boca y lo tira a un plato hondo. Cae en el borde, más afuera que adentro, con la fuerza de sus tentáculos sube por el recipiente hasta colocar en el centro ese cuerpo ovalado y de contextura gelatinosa. El calamar cambia de color con la luz, toma el color del suelo y luego un translúcido sobre el material metálico. A los pocos minutos deja de moverse.

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En la gama del blanco al negro, la negra de tipo Tahití es la perla más cara. Frente a mi hay un anillo con una bola gris plomo que cuesta 850 dólares, dice AAA (el código más alto del sistema de graduación de calidad), pero no es lo más caro. Según la asociación de exportadores de perlas cultivadas de Japón y el instituto gemológico de Estados Unidos, el lustre, que implica cuanto se refleja la luz en su superficie, puede que sea la característica que le dé más valor. Luego existen otras características que la hacen valiosa como la forma redonda (las hay también oval y gota); o el porcentaje de imperfecciones y la calidad del nácar, entendida como muchas capas de carbonato de calcio cuanto más gruesa sea su capa. Si tiene todo eso y además, hay más de una, la joya puede llegar a costes exorbitantes.
El barco amarra en el puerto de la primera granja de perlas de la zona. En las mesas de madera sobre la superficie flotante unas diez personas de uniforme verde claro, barbijos, guantes y botas de goma blanca clasifican las ostras que sacan del mar envueltas en unas redes color marrón.

(Foto Pamela Damia)
Mucho antes de que la perla se convirtiera en la joya conocida, y, según la versión del Museo de Perlas de Halong, antes de que se comience a escribir la historia, las religiones han decorado con ellas sus iglesias, templos y santuarios. Probablemente fueron descubiertas por pobladores de zonas marítimas buscando comida en el mar hace miles de años, pero algo de su luminosidad ha capturado corazones, sentidos y la imaginación desde tiempos inmemoriales.
La cultura árabe creía que eran lágrimas del Señor, que en los días de verano los moluscos salían a la superficie para recogerlas. Las saladas lágrimas absorbían los rayos de sol y en el fondo del mar crecían las perlas. Para la religión hindú, eran gotas de humedad que caían del cielo y se alojaban en conchas abiertas por la noche. 
En esta zona de Vietnam varias comunidades adquirieron nombres de tipos de perlas como Minh Chau -perla brillante- o Ngoc Nung -perla luminosa-, y al principio se extraían para satisfacer y enriquecer a los gobernantes. Con el tiempo, las perlas naturales, las cuales pueden tardar hasta diez años en formar el nácar dentro el molusco, comenzaron a escasear por el cambio del clima y por los métodos de cosecha, por lo que en 1993 se comenzaron a emplear técnicas japonesas, que junto con los conocimientos ancestrales hicieron nacer esta factoría de cultivo de perlas.  
La perla Akoya del sureste de Japón fue la primera en comercializarse a principio del siglo XX. Antes de 1983, cuando el japonés Kokichi Mikimoto comenzó a explorar las técnicas de cultivo, todas las perlas que había eran naturales. Más tarde otros japoneses junto con el biólogo marino inglés William Saville Kent fundaron la industria donde hoy compiten países como Francia (Polinesia), Indonesia, Australia, Filipinas o Birmania, China y Vietnam. Miden de uno a diez milímetros y pueden ser blancas, crema, amarillas, naranjas o rosadas; azul, verde violeta o negras.
Si no fuera por el techo que nos protege de la luz plana, no podría apreciar del todo el brillo de las perlas. Es un día nublado pero la capa de nubes es fina por lo que el agua tiene un color verde esmeralda donde resplandecen las islas kársticas. Alrededor de la plataforma hay pequeñas embarcaciones y kayaks; del otro lado se ven las hileras de boyas que señalan las canastas con las redes que contienen las ostras cultivadas. Un hombre recorre una pasarela, toma una soga y comienza a tirar hacia arriba. Aparece una especie de canasto de hierro con una red también metálica.     
El proceso de cultivo comienza con el corte de la membrana de la ostra por dentro separada en dos partes muy finas que se utiliza como catalizador para estimular el proceso, pasadas por un antimaterial, se une con un núcleo de nácar hecho con la cáscara de la concha y se las implanta dentro del molusco. Este proceso es manual y se realiza una a una, saben que solo el treinta por ciento tendrá éxito, pero nada se desecha ya que la ostra se usará para comer. Sentadas en mesas individuales, son todas mujeres las que hacen el paso a paso de este proceso. Con un broche cierran la cáscara y la colocan bajo el agua, donde permanecerán de uno a cinco años.
Sería bueno para acabar de creer, ver en el futuro esa misma ostra que nos acaban de mostrar. Siempre hay excusas para volver a los lugares interesantes.

***

Ojalá que llueva café

Después de Brasil, Vietnam es el segundo productor de café del mundo y el primero en su versión robusta, que se considera más amargo, menos refinado que el arábica y contiene el doble de cafeína. Caminando bajo los días nublados de enero, los quince grados de temperatura se convierten en diez de sensación térmica con la humedad. Solo un buen café puede salvar el humor. En el bar de puertas y ventanas abiertas, corre un viento no benévolo pero necesario. La camarera me trae una taza mediana de loza. Ay qué dulce, pienso; mi cara se frunce porque ya dejé el azúcar hace tiempo. El café con leche condensada, azúcar y yemas de huevo, es la norma cuando se pide un café en Vietnam. Su consumo surgió durante la década del cincuenta cuando el propietario del café Giang se decidió a experimentar para reducir el amargo sabor del café con varios ingredientes dada la escasez de leche. A partir de allí se hizo conocido hasta nuestros días.

(Foto Pamela Damia)
Como bien no autóctono, el café se popularizó cuando los franceses que gobernaron Vietnam desde finales del siglo XIX lo introdujeron en el territorio. Fueron casi setenta años de dominio colonial brutal. Los vietnamitas trabajaban duro en los campos para producir caucho, té, arroz y café. En 1950 el levantamiento en el norte expulsó a los franceses del país, que quedó dividido en Norte y Sur provocando la guerra en la que los estadounidenses tuvieron su tan emblemática participación, hasta 1975.
Después del final de la guerra, el gobierno comunista estableció enormes granjas colectivas que no tuvieron el éxito esperado, hasta que en 1986 cambió su política económica y medio millón de pequeñas propiedades surgieron en su lugar. La mayoría estaban ubicadas en el altiplano central del país. Comenzó la exportación de café a gran escala. En la década de noventa, la producción creció un treinta por ciento por año, década en que la población bajo la línea de pobreza superaba el sesenta por ciento.
Vietnam tiene un modelo económico basado en el capitalismo de Estado, donde la planificación centralizada de las fuerzas productivas se articulan con las del mercado en pos del crecimiento interno. Con respecto al café la estrategia vietnamita fue producir grandes cantidades de granos baratos de baja calidad para café instantáneo.
Esto ayudó a crear un Vietnam moderno, proporcionando empleos para un gran número de personas y sacando a la nación de las cenizas de la guerra.
Camino por la ciudad y encuentro innumerables con carteles que publicitan la enorme inversión extranjera. Ese aporte se nota en la restauración de lugares históricos, financiados por el sello de fondos internacionales franceses o belgas; en los muros de la embajada de Alemania por ejemplo, hay gigantografías con las construcciones modernas que diseñaron: el Centro Nacional de Convenciones, el Museo de Hanoi y el palacio de la Asamblea Nacional.
El café es un monocultivo que como tal, genera el agotamiento de la tierra, la deforestación del bosque primario, además de la extinción o corrimiento de fauna como tigres y elefantes. Algunas tribus que cultivaban otros productos fueron obligadas a sembrar café. A pesar de lo perdido y lo mejorable, Vietnam tiene en la actualidad un once por ciento de población en la pobreza. Un modelo diferente del de Argentina, Paraguay o Brasil con la soja, que violenta la naturaleza, y, depende quien controle el negocio, también a los pueblos.
Canta Pablo Milanés, la tierra hermosa y atormentada de Vietnam,
que no tiene ya la forma de la vara de bambú
con una cesta en cada extremo,
sino la forma gloriosa de la única puerta
por la que puede entrarse al mundo del futuro.

*****

Las agencias de turismo con el mismo nombre proliferan en Hanoi, la capital de Vietnam. Los carteles con la misma gráfica de empresas de renombre están en todas las calles y cada paso da lugar a un déjà vu. Pero no todas son originales. La industria de la imitación pulula también por el sector turístico, que en 2019 batió récord recibiendo a dieciocho millones de personas, según Nhandan, el órgano comunicacional del Partido Comunista del Vietnam.
Al igual que en Grecia o Turquía, el regateo es costumbre y se usa no solo para comprar ropa, frutas o accesorios sino también para viajes.
Detrás del mostrador de la agencia hay una chica de ojos almendrados, cabello corto, lacio y negro. Cuando entro su mirada se alza y me da la bienvenida. Se llama Sam, según una etiqueta que cuelga del bolsillo de su camisa. Mi primera pregunta es si ir o no a Halong Bay, dado que el clima no acompaña. A pesar de estar en la época seca y fría, la lluvia era persistente y las temperaturas tropicales.  
- En el norte las estaciones se mantienen, existen las cuatro. Y en enero hace frío, como debe ser. Pero hacia esa zona parece que tendrán sol a partir de mañana.
- Igualmente es mejor este momento que venir en la época seca, con tanto calor. Veo que la gente ahora no se queda hasta tan tarde en la calle, ¿es por el frío?, pregunté para soltarle la lengua.  
- La gente vuelve a su casa a más tardar a las diez de la noche y los locales cierran cuando el reloj marca el inicio del nuevo día salvo los fines de semana, que lo hacena las dos de la madrugada. La vida no comienza tan temprano en ciudades como esta. En cambio, en el sur del país que tienen solo dos estaciones, la de calor y la de lluvia, no salen temprano de su casa por las horas de sol para no quemarse la piel.    
- Bien, ¿qué oferta me hacés?, le dije. Mis ojos ya no necesitaban ciudad.  
- Ya estamos cerrando. Pero haré la excepción por ti -me dijo mientras buscaba los catálogos-, el viaje de tres días, en un barco con camarote, todas las comidas y algunas excursiones te sale 260 dólares.  
- 150
- 240
- 160
- 210
- 180
- ¿Efectivo?
Saber negociar es toda una capacidad que se desarrolla con el tiempo, y los viajes. Lo que se necesita es paciencia y concentración, el juego acaba cuando se encuentra la paz entre el valor del producto, el precio de mercado y las propias posibilidades económicas.
En varios barrios de la capital hay locales donde se prestan al regateo. Hay algunas marcas originales de capitales locales y por supuesto internacionales, cuyo precio sobresale entre el resto. Pero también hay algo vernáculo que son su arte y artesanías vietnamitas. En particular las máscaras que se utilizan para las marionetas de agua en las obras teatrales acuáticas. Son de madera de higuera, y duran de tres a cuatro meses.
Un estanque separa las gradas de la cortina que se encuentra debajo del típico techo de tejas de puntas ascendentes. La piscina separa algo más: dos tarimas hacia los extremos laterales donde cantantes y músicos en vivo van contando historias cotidianas de la vida campesina del norte de Vietnam. Chèo se llama a la sátira musical con instrumentos tradicionales. La flauta y la percusión más las voces femeninas crean una atmósfera de dimensiones divinas y el humo como efecto aumenta la apuesta para llevarme a otro plano. La fantasía y la historia se entrecruzan e imagino que esa marioneta estuvo inspirada en los espantapájaros que cuidaban los campos de arroz casi siempre inundados.
Aparecen todos los animales mitológicos de la cultura chino-vietnamita como los dragones que escupen fuego, el ave fénix, además de los campesinos con la producción de arroz, los pescadores. Atrás de los músicos está la escenografía de raíces de árboles milenarios, y alguna palmera para recrear el ambiente tropical. Diez titiriteros salen a saludar con el agua a la cadera, nos aplaudimos mutuamente con la conciencia de que la energía entre los artistas y el público genera la misma fluidez que la leyenda y la historia. Como todo en este país.

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