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Por el agua, bajo la lluvia.


Fukuoka, julio 15-2007. El festival de Hakata Gion Yamakasa es una verdadera fiesta popular y conocerla es la mejor manera de penetrar en parte de la cultura japonesa. Celebrada para atraer augurios de fuerza y seguridad, tiene miles de espectadores cada año.
Es una fiesta sagrada cuya sede es Fukuoka, la segunda ciudad más importante del norte industrializado la isla de Kyushu, al oeste de Japón. Se realiza durante los primeros quince días del mes de julio, y en el último se desarrolla la carrera “Oiyama” de cinco kilómetros, cuyo recorrido culmina en el santuario Kushida (Kushida-jinja, patrón de Hakata, antes municipio contiguo a Fukuoka, ahora parte de ella). Siete equipos compiten cargando carros alegóricos que pesan una tonelada cada uno, mientras los espectadores los refrescan con agua.
Solo interrumpido en 1945, debido a los ataques aéreos de la Segunda Guerra Mundial, el acontecimiento data de 1241, periodo Kamakura (1185-1333), cuando los monjes budistas rociaban agua sagrada sobre las personas para intentar frenar las epidemias de verano.
La tradición dice que desde el primero de julio, los flotadores se exhiben en las esquinas, plazas públicas u otros lugares visibles. Los “Kazari-yama” (adornado) son estructuras de madera a forma de balsa sobre la que se construye una pirámide de figuras alegóricas como el samurai y las muñecas populares del carácter del animé (historieta japonesa) producidas por artesanos especializados. Llegan a tener 10 metros de alto y son tan coloridas y variadas que es difícil apreciar sus detalles en la lontananza.
Adrenalina, pasión, efusividad. Ocho mil hombres con vestimenta tradicional llevan los flotadores “one-ton” por las calles de la ciudad al grito de “Oissa! Oissa!”. Yamakasa es un festival sagrado y dedicado a una raza que prueba su poder y su fuerza. Confucio a rajatabla, la sociedad de Japón es tan jerárquica que ninguna mujer puede tocar los flotadores. Ninguna mujer puede ser más que un hombre. En Japón cuidan las tradiciones milenarias como joyas intocables.
El día señalado, esta cronista llegó en bicicleta hacia el lugar de la carrera, pedaleando casi seis kilómetros bajo una fina llovizna. Aún era de noche. Cuando logré focalizar, divisé una muchedumbre alineada en las vallas que separaban la vereda del asfalto.
Los corredores vestían una especie de taparrabos llamado shimekomi o fundoshi y a riiba una remera (happi) cuya inscripción en canyi (ideograma chino) daba el significado de la raza a la que pertenecen. Llevaban una vincha en la cabeza, típica de las artes marciales. En los pies medias largas, aunque se veían los dedos de los pies. En las plantas se esparcían arena, algo que les daría buena suerte y seguridad. La misma arena que el nueve de julio recogieron en el Templo Hakozaki como parte de uno de los ritos con los que amasaron la concentración que llevaban entonces. Desde el primero de julio, cada día tuvieron una práctica distinta. Rezos, ensayos, y bendiciones. A horarios castrenses y en lugares bien definidos como la playa, cruce del río Naka o en los templos que le corresponde a cada raza, representada en cada flotador. Y así esperaban rigurosamente el batir de los tambores.
A las 4:59 de la madrugada, se largó la carrera, cada flotador era trasportado por 26 hombres que se iban alternando con los que quedan afuera. Me subí a un poste y saqué las fotos que me permitía el paraguas que me cubría. Ya había aclarado. Cuando miré a mi alrededor, me di cuenta de las cantidades copiosas de alcohol que se estaban consumiendo.

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