La ciudad de Buenos Aires se encuentra en una contienda por mantener la hegemonía de la producción de actividades relacionadas con el tango con otras ciudades de Europa, América del Norte y Asia. Escudriñar cuales son las causas de “la pérdida del poder de la meca” es materia de investigación, sin embargo hay algunas ideas que pueden servir a priori, para entender la situación.
Hasta hace algunos años para los practicantes del tango, en cualquiera de sus expresiones, Buenos Aires era una visita obligada para perfeccionarse, ambientarse y conocer la mística que encerraba la ciudad-puerto que dio origen y desarrollo al tango.
Hoy ya no es lo mismo. Hay tanta oferta de maestros y artistas, de actividades y eventos, pero sobretodo tanta “comunidad tanguera” creada en otras ciudades que ya no es necesario tomarse un avión y hacer varios miles de kilómetros para llegar a Buenos Aires para experimentar la magia de este fenómeno cultural que ha llegado a tener una dimensión mundializada, aparentemente inimaginada.
Existe un tango territorializado en el Río del La Plata y otro diaspórico que se instaló en diversas sociedades. El tango porteño se podría dividir en dos grandes grupos pero todos afirman su identidad: el barro y el lujo conviven en la diversidad. Unos luchan por mantener vivas las clásicas estructuras que llevaron al género a lo más alto de la música universal y otros por reinventarlo de acuerdo a las prácticas contemporáneas y a los cambios de la sociedad. Estos últimos reivindican el llamado Tango Actual cuyas características se basan en priorizar a quienes componen sus propios tangos y fusionan al género con otros tales como el rock, jazz o música popular.
Por el contrario, en el “tango nómade” hay un cambio en las relaciones humanas; se olvida su origen étnico para elevarse a un espacio cultural plural en el que el contacto intercultural le otorga un nuevo sentido (Pelisky Ramón; El tango nómade, Ed. Corregidor, Buenos Aires, 2000).
A simple vista pareciera que quienes practican tango fuera de Buenos Aires lo hacen con las mismas características que en Buenos Aires. La riqueza técnica y estilística; los climas y las comunidades que genera; la creatividad y la historia que producen es igual o mayor en algunos casos.
El tango está de moda en todos lados; y parecería ser una constante que el tango tenga más repercusión en otros países que en la propia zona de origen. Se desarrollan actividades de todo tipo: culturales en embajadas, exposiciones, reuniones sociales en asociaciones, publicaciones, sesiones de tango terapia; y comerciales: festivales, conciertos, tango-vacaciones, seminarios y exhibiciones. En cantidad de eventos, recaudación, concurrencia, diversificación, envergadura, no se parece en nada, a las actividades de Argentina y Uruguay.
Esta situación en gran parte se debe a que a mediados de la década del 90 hubo una oleada de bailarines, maestros y músicos que desarrollaron en Europa, Estados Unidos y Asia el tango en todas sus formas. La coyuntura fue real e inequívoca. Muchos de ellos emigraron producto del renacer del baile del tango, seguido de su evolución y renovación musical (proceso similar al del rock por original y contestatario) y de la crisis económico social que en Argentina coronó el gobierno de Fernando de la Rúa. Algunos por un tiempo corto, otros más largo y otros definitivamente.
Solo en Japón cinco millones de fanáticos compran discos, asisten a conciertos, aprenden a bailar, o bien viajan al Río de la Plata (con preferencia a Buenos Aires) en busca de las raíces del tango. En Berlín cada noche se realizan tantas milongas (salas de baile típicas) como en Buenos Aires; cada año decenas de alumnos se inscriben en la materia “tango” del Conservatorio de Música de Rotterdam y en Roma hay mas de 60 maestros. París fue la capital del tango en el extranjero durante más de quince años, desde mediados de la década del 80, allí se realizaron gran cantidad de producciones ya que aglutinaba a bailarines de todo el mundo, pero sobretodo argentinos. En México, Canadá, EE.UU, Hungría, Grecia, Italia, Irlanda, Egipto, India o Hong Kong, entre otras naciones, los bailarines pagan altas sumas de dinero por conocer la forma de vínculo humano que genera el abrazo del tango.En Italia proliferan las empresas pequeñas y medianas que diseñan sus propios elementos y accesorios para bailar: indumentaria y zapatos; además, las academias tienen sus propios métodos de estudio.
Diversas actividades de tango funcionan en una pequeña ciudad de Italia de cincuenta mil habitantes como Corigliano Calabro, que dista doce mil kilómetros de Buenos Aires pero no funciona en una ciudad del interior de la Argentina como es San Carlos de Bariloche, que es cuatro veces mas grande y, lo que no es un dato menor, representa uno de los grandes centros turísticos del país.
Para los argentinos, los europeos siempre fueron los emblemáticos vanguardistas en el arte y la cultura (además de las ciencias y los procesos cívico- sociales). A la inversa, en Sudamérica está lo autóctono, tradicional y genuino. En la “meca” del tango buscan incansablemente los estereotipos que les vendieron: orquestas típicas de ancianos de pelo blanco; milongueros de saco, corbata y gomina reluciente. Las mujeres de un lado y los hombres del otro en las milongas. Sin embargo, se encuentran, con los estereotipos en completo proceso de extinción. Ven a los jóvenes en las milongas que bailan con el abrazo semiabierto, vestidos con ropa informal y músicos que tocan sus propias composiciones.
Quizás la decepción pase, entre otras cosas, por el efecto que causa la desmitificación del estereotipo con el que se vendió al tango: una joya inquebrantable de principio de siglo XIX con gomina y códigos de otro tiempo. Hoy, en Buenos Aires se respira en otro clima que resignifica lo clásico y lo convierte en vanguardia. Una honesta visión de la realidad es siempre el mejor puntaíé para buenas políticas culturales y mejores maneras de vivir lo bueno.
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